lunes, 11 de febrero de 2013

El todo o nada



Para triunfar, primero hay que conocer el fracaso.
Conocerlo bien.
Hay que bajar a lo más profundo.

Para escribir bien, hay que escribir mal antes.

Para follar bien, se debe follar mal al principio.

Así se aprende.
Así funciona el ser humano.

Para construir una sociedad justa, hay que destruir primero la injusta.
Hay que aniquilarla hasta los cimientos,
desenterrar esos cimientos,
tapar el agujero,
cavar de nuevo más hondo y mejor.

Entonces ya se puede empezar la tarea.

Así siempre.

Sólo hay una vida.
Aquí no hay reencarnaciones ni paraísos
ni zarandajas.

Una sola oportunidad.

La mera existencia
es el todo o nada.
Es el todo o la cobardía,
no hay más.

No hay más,
en verdad que no

miércoles, 16 de enero de 2013

Trabajo a cambio de balas



No entiendo el dinero. Son trozos de papel.
Aquí no hay metáfora que valga:
son trozos de papel.

Entiendo aún menos el oro. Es un metal amarillo.
No sirve para nada.
Para nada.

Entiendo un poco el poder. El uso de la fuerza.
La fuerza.
La que me obliga a levantarme
para hacer algo que odio
a cambio de trozos de papel.
Esos trozos de papel
ya ni siquiera representan al metal amarillo inútil.
Sólo representan la coacción.
Las armas.
La cárcel.
La muerte.

Eso representa el papel de colores,
sólo eso.

No son papeles, no. Son balas.
Son balas.
Son balas.
Sólo eso.

Trabajo a cambio de municiones,
quién me lo iba a decir

miércoles, 9 de enero de 2013

La lección



A mí no me importa si llevaba o no
dos botellas con gasolina.
A mí no me importa si es cierto
lo que dice la prensa, o no.
Ayer estaba preso.
Hoy no.
Mañana, quién sabe.
Eso importa, sí.

En Soto del Real, hoy,
se han constituido en puños las gargantas,
en libertad las pancartas.
Las pintadas.
Los bramidos.
Las marchas.
Las reuniones.
La tensión,
los cigarrillos,
el miedo.
Eso importa, sí.

Mañana quién sabe. Yo.
Quizás tú. Nosotros.
Ayer estaba preso,
hoy no,
mañana quién sabe.
Esto es lo importante.

Tomad nota, los que estáis enfrente:
y tomad nota los que estáis con nosotros.
Es dura, la lección.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La herramienta



Algunos nos hemos ido endureciendo.
Poco a poco.
Como un fruto seco que crea su cáscara.
Como construyendo una coraza o una costra.
Hemos ido anticipando el fuego:
Las balas.
Los explosivos.
Todo.

Nos hemos ido endureciendo, poco a poco,
a golpe de dignidad arrebatada.
Hemos prestado atención
y hemos hecho oídos sordos.
Hemos ido construyendo el odio.
Es una obra delicada y sublime, el odio.
Es el combustible de la acción, la filosofía de manos firmes:
es afirmar que nos hemos endurecido.

Esta coraza no es bella,
pero es útil.
No es agradable,
pero es fuerte.
No es nada si no fue forjada despacio,
en la reflexión profunda y en el llanto.

Y no es una armadura, no
Es una herramienta

lunes, 6 de febrero de 2012

La derrota

Claro que la derrota puede parecer amarga.
Siempre lo es.
Aunque no lo parezca, incluso. Lo es.
Siempre.

Pero hay derrotas peores que otras.
Hay derrotas grandes,
y derrotas pequeñas.

Por eso es bueno mirar lejos
y enfrentar al menos
un combate difícil, imposible casi.
Al menos uno en la vida.

Si te derriban en los de menor importancia,
la derrota será dulce.
El dolor leve.

Un tropiezo no es nada,
nada,
cuando el camino es largo.

No se nota siquiera.

Basta con levantarse y seguir

es fácil

viernes, 2 de diciembre de 2011

Hay que prestar atención


Sé que mucha gente de ciudad
jamás se ha detenido en otoño,
recién entrada la noche
cerca de un árbol de hoja caduca.
Y sé que tampoco se han puesto debajo.

Si lo hubieran hecho,
gracias al silencio nocturno
y al relente que lo humedece todo,
habrían oído
caer las hojas. Sí.

Se desprenden con un ¡plic!
y bajan, rozando con murmullos a sus compañeras,
y se posan en el suelo con un ruido tenue.

Así caen las hojas en otoño.
Una por una.
Nocturnas.
Hay que prestar atención.

Sé también que mucha gente
jamás se ha detenido un momento
a ver cómo caen las hojas
de este Sistema caduco.
Hay que prestar atención.
Es otoño.
El Sistema está débil, agotado.
Se oye:
basta con detenerse un momento.

Claro que quiero recordar
a los incautos
que despúes del otoño viene el invierno,
la primavera luego.

Y las hojas renacen.
Así año tras año.

Aquí no basta con detenerse un momento
y prestar atención.
No.

El capitalismo hay que talarlo.
Serrarlo.
Derribarlo.

No se desprende con un ¡plic!
No.
No desciende con un murmullo.
No.
No se posa en el suelo con un ruido tenue.
¡No!

Talar.
Serrar.
Derribar.

Será
       (quizás)
            un bello espectáculo

lunes, 20 de junio de 2011

No bajéis la guardia


Ahora que parece
que por fin la gente tal vez
tine una sonrisa enorme y un Sol en la cara
gigante y cálido,
y muchas
parece que tal vez
han tomado las calles,
gritan por las calles,
caminan juntas por las calles
y se sientan en las plazas a sencillamente hablar,
ahora,
sólo tengo que decir
que los sábados ya no me tortura la resaca,
no,
y que aparte de la esperanza
la utopía
los versos o el vino y las rosas
y todo eso con un largo etcétera
(no por ello menos emocionante)
tengo que decir:

Que tenemos que estar preparadas.
Ellos golpean fuerte y cruel.
Si nos tumban (y lo harán)
hay que levantarse rápido,
reorganizarse rápido,
luchar rápido y bien.

Estáis sobre aviso:
no bajéis la guardia,

ni por un instante

jueves, 19 de mayo de 2011

EL MAYO EN QUE NACIÓ EL GRITO


Me considero un tipo normal. Tengo veinticinco años, soy licenciado, estoy preparando una oposición. También soy militante comunista -aunque eso, ahora, no venga al caso-. No tengo coche, ni casa. Los fines de semana hago botellón con mis amigos. Muchas veces he hablado acerca de cambiar el mundo. Muchas veces me he preguntado por qué las cosas son como son, o por qué hay gente que lo tiene todo y gente que no tiene nada. Muchas, muchas más me he cuestionado el motivo por el cual la gente de mi alrededor estaba quieta y callada. Quieta, callada y triste. Sobre todo triste. He encontrado algunas respuestas -pocas- y más interrogantes -muchos-. Pero nunca me había sentido como ahora. Sorprendido, ilusionado, intrigado. Como un niño.

Lo que los medios ya llaman «el mayo español» es, en realidad, una cosa muy sencilla. Es la gente saliendo a la calle a decir «estamos hartos, joder». Son los jóvenes y los no tan jóvenes dándose cuenta de que las cosas se pueden hacer de otra manera. De su manera. Es un mensaje de advertencia a los poderosos. Es un perro que se revuelve contra su amo. Es muchas cosas; aunque todavía, quizás, no sea nada en concreto.

Yo he estado en Sol, en la acampada, dos noches ya. He visto a centenares de personas intentando organizarse. He visto frustración y alegría. He visto comisiones, asambleas, debates, gritos, aplausos y silbidos. Y lo que he visto era muy bonito. Joder, era tal vez lo más emocionante que he visto en mi vida. Porque siempre pensé que este tipo de cosas pasaban en las pelis de los setenta. Porque mi padre me decía que él corrió delante de los grises. Porque mis mayores sonreían con un gesto nostálgico al ver imágenes de mayo del 68. Porque yo no tenía mi revolución.

Que no se me malinterprete. He afirmado, al principio de este texto, que yo era militante comunista. Pero no soy estúpido. Sé perfectamente que el movimiento que está recorriendo el Estado español no es comunista, ni socialista, ni anarquista. Sé que esto no es el fin de la explotación del hombre por el hombre. Sé que de aquí no saldrá el cambio radical en las relaciones de producción y la abolición de las injusticias. Pero me da igual, porque me siento orgulloso de mis semejantes. Me da igual, porque por primera vez en mi vida veo ilusión en la mirada de mis amigos. Veo fuego en sus ojos. Y por eso esta noche volveré a acampar en Sol. Por eso envío un saludo fraternal a esos locos, a esos parias, que están comenzando a construir algo que aún no saben lo que es; porque se aprende más en un solo día de revolución que leyendo todos los libros del mundo.

Seguid indignados. Vuestra fuerza es también la mía. Y mi grito es también el vuestro.

lunes, 21 de febrero de 2011

Maga verdadera, falsa maga (y II)

Hay algo de obsceno en el agua nocturna, pero también un algo de miedo cerval, primigenio. El agua nocturna invita casi siempre en verano y tras unas copas a internarse en lo profundo, en el abandono sin ropa, sí, pero es una invitación en cierto modo peligrosa, quién no ha sentido un leve temor al sumergirse en el agua negra y desnuda, como si monstruos sin nombre pulularan por allí, claro que es ésta una sensación pasajera, que sólo deja un leve poso de intranquilidad. No permanece. Si bien es cierto que esto sucede principalmente en el mar, incluso en un lago, pero no en una piscina aunque ésta tenga las luces apagadas. Y sin embargo. Porque lo obsceno y lo cerval sí que estaban allí en el agua con Luna esa noche, porque Luna me ponía literalmente la carne de gallina, toda ella riendo y salpicando, como un pez en la oscuridad, como un pez en la oscuridad, brillando sus dientes y su piel pálida apareciendo y desapareciendo y relumbrando.

No voy a engañar a nadie. Ninguno de estos pensamientos surcaba mi mente en aquellos momentos, claro, entonces sólo un ansia, una indecisión, un sentimiento torpe y borracho que me atenazaba la cabeza, las extremidades, todo, ese momento previo a perder el control cuando una mujer (una mujer) está ahí, y todo está ahí, y el cerebro tan sólo acierta a disparar un reacciona, reacciona, vamos, cabronazo, reacciona de una putísima vez ya, y ni por esas. Supongo que como todo el mundo yo, entonces, y guiado tal vez por el instinto o por la ginebra (esto nadie lo sabe con certeza nunca), me acerqué torpemente entre juegos y chapoteos, abracé a Luna torpemente entre juegos y chapoteos, ella escapó de mí riendo una, dos, tres veces, como un pez en la oscuridad, resbaladiza inaprensible veloz, todo eso, y a la cuarta o quinta o qué se yo ya sí, ya su boca en mi boca, ya mi mano en su pelo, mientras escuchaba su respiración cerca y lejos, muy lejos, sonaba la música machacona de la fiesta del chalet que entonces parecía estar a cien mil millones de años luz de nosotros.

Nunca he vuelto a echar un polvo sobre la hierba húmeda y bajo el cielo estrellado. La oscuridad de un pueblo en las afueras de Madrid, y un cielo milagrosamente limpio, y la ausencia de Luna en el mismo, y la presencia de Luna en la Tierra, lograron una Vía Láctea inusitadamente luminosa, capaz de traspasar su pelo y mis ojos, capaz de hacer brillar sus hombros sobre mí, ella cabalgándome con furia, sin palabras, yo intentando retener cada momento, cada jadeo, anticipando casi con dolor (y con certeza) el momento en que todo aquello acabaría, el Final, porque algo tan bueno y tan potente no puede durar mucho, eso lo sé bien, y es que si cosas así fueran duraderas, la raza humana enloquecería sin duda. Y no hay más.

Y de verdad que no hay más, al menos que se pueda contar con palabras, no hay más, sólo esa noche maravillosa transmutada de repente en la luz del mediodía caluroso del día siguiente, yo solo conmigo mismo abriendo los ojos en un sofá, lo recalco, yo solo, es decir, solamente yo, con una resaca de las buenas, con la espalda llena de barro, con la garganta en un puño y el corazón encogido de repente y pensando qué coño hago aquí.

Y cuando digo que no hay más es que busqué a Luna por el panorama postapocalíptico que ofrecía el puto chalet aquel, primero con alguna esperanza, luego ya sin ninguna y por supuesto sin ningún éxito, luego desayuné una cerveza, luego vomité, luego me pegué un baño en la piscina triste y diurna, y mientras tanto intenté preguntar a algunos de los desconocidos fantasmas que encontré, que si Luna, que si la conoces o sabes quién es o dónde vive o dónde está, o lo que sea, quién, Sí, una chica delgada, así con tatuajes, No, claro, camarera, No, vale, ¿Hunter qué Thompson?, No, claro. Y así sucesivamente y mi móvil por supuesto empapado aún e irrecuperable, y hasta Joaquín se había largado y tampoco nadie le conocía a él. No hay más, sólo volver en un autobús después de una buena media hora de caminata por una carretera polvorienta y al llegar a Madrid intentar dormir un rato.

Y yo creo que Maga Verdadera porque desapareció la muy puta, así, esfumada, nunca más se supo y es más, aún hoy a veces Joaquín me pregunta qué te pasa, Amador, que parece que estás en la Luna, y yo le contesto joder, no lo sabes tú bien. No lo sabes tú bien.

martes, 18 de enero de 2011

Maga verdadera, falsa maga (I)

Luna se llamaba, un nombre extraño, bello, sí, pero extraño, e indicativo al menos de dos cosas: una, que sus padres se habían en cierto modo excedido intentando ser originales, alternativos, modernos o qué se yo, y dos, que si el nombre puede de alguna impenetrable manera afectar a la personalidad, ella era la prueba viviente de ello. O tal vez sólo la prueba de que unos padres de alguna manera irresponsables y pretendidamente originales pueden hacer que una Luna no sea como una María o Lola o Sofía, sino como una Luna: es decir, misteriosa, inaprensible, o simplemente fría y lejana, quién sabe.

El caso es que Luna fue o es, en dicción de mi amigo Joaquín (y mía, que para algo inventamos entre los dos aquella Teoría) una maga o más bien una falsa maga, aunque en el caso concreto de Luna aún no me he decidido, si bien es cierto que tira más para falsa maga, y esto sin saber del todo aún cuál sea la peor clase de mujer, si la maga verdadera o la falsa maga. En esto le doy la razón a Joaquín, que tiene sus dudas, justificadas claro y cautas, además de bien formuladas: la falsa maga es completamente insoportable, pero previsible al fin y al cabo, y pasado un tiempo inspira sólo lástima o irritación. La maga verdadera, en cambio, es mucho más peligrosa: puede generar rechazo al principio, sí, pero luego simplemente te destroza la vida, porque sus tonterías no son tonterías sino que verdaderamente son hechos excepcionales, y uno sólo es un pobre diablo que busca la paz y no una mujer terrible y destructiva, como una diosa furiosa, frágil, que empapa de magia todo lo que toca para luego romperlo en pedazos.

Claro que, y para el que no lo sepa, la Teoría de la Maga Verdadera y la Falsa Maga no se refiere a los magos como casta ni a la Magia en sí, sino que está tomada de una novela de Cortázar, y esto sólo como antecedente, porque la Teoría en sí no tiene nada o casi nada que ver con Rayuela ni con tantas otras cosas, vamos, que es sólo la idea, la imagen, el concepto, y menos mal que Cortázar está muerto, que si estuviera vivo seguramente vendría y me daría de hostias, por pretencioso y por estúpido.

Así las cosas, y sin entrar definitivamente en si Luna era o es una maga verdadera o sólo falsa maga, lo que yo quería contar es la historia de cómo Luna, la mujer a secas, cuando aún no estaba en proceso de clasificación, entró y salió de mi vida como un rayo trémulo, rápida y bastante dolorosamente. Entró rápido y salió más rápido aún, pero al irse se llevó un trozo de mí, un pedazo tierno y sanguinolento, calculo que del tamaño aproximado de una manzana o quizás del de una pelota de tenis.

Tenía Luna los ojos como los de Sasha Grey, grandes, húmedos, lascivos, y esa piel blanca que es promesa de blandura aunque sea luego como el mármol. En su forma de moverse, de hablar, se apreciaba rápido su inteligencia afilada, dúctil, y también su estupidez, porque, y para el que no lo sepa todavía, se puede ser a la vez estúpido e inteligente, como el sabio puede ser ignorante y viceversa. Joaquín, al conocerla, esa misma noche al lado de la piscina me dijo “Ten cuidado con ella”, y lo dijo enarcando una ceja y con sorna, lo cual no deja de ser intrigante, ya que cuando Joaquín enarca una ceja es sólo para hablar en serio o de cosas serias; y es que habría mucho que interpretar en ese gesto, eso seguro.

Los recuerdos que tengo de Luna aquella primera noche son confusos y oscuros, algo que no es de extrañar en esas noches turbias, ésta en concreto en casa de alguien indeterminable, la amiga de un amigo de un amigo pero eso sí, el chalet precioso, enorme, con piscina y exhibiendo una cuidada selección de bebidas. Recién llegado fui a echarme una copa y allí estaba Luna, que aprovechando mi torpe y excesivamente sobrio inicio conversacional me confesó su nombre y su profesión, Luna y camarera, así lo recuerdo de claro, y yo me dije, “Amador, no sé que tienes con las camareras”, pero vaya si lo sé, y es que me cuesta recordar alguna mujer de las que he conocido (en sentido bíblico) que no fuera camarera: Belén, la argentina alta y morena de mirada triste, o aquella rubia chiquita de las trenzas primorosas cuyo nombre nunca supe, y etcétera, vamos, que por un motivo claro y sangrante dependo en cierto modo de ese oficio y en fin, que soy hombre de camareras.

Pues entre una copa y otra y algo de charla inicial allí estaba Luna, con sus brazos tatuados y también su pecho tatuado, que se entreveía debajo de la camiseta suelta aquella, veraniega, mientras yo refrescaba la noche a base de gintonics. No es que tuviera demasiados tatuajes, pero sí algunos y llamaban mucho la atención, aunque a mí a esa hora y por el tercer gintonic lo que me llamaba era Luna en sí, el pack completo, vamos, sobre todo cuando esos labios carnosos comenzaron a decir cosas interesantes e incluso cosas muy interesantes, que si la poesía de tal o cual o Hunter S. Thompson, que si la primera etapa de Gerardo Diego, que si socialismo y en ésta yo ya atragantándome con la ginebra, a medias por el pecho tatuado entrevisto y a medias por el socialismo en sí. Luego ella se internó más en la poesía y comenzó a hablar de sus poemas y en esas llegó Joaquín, que sabe como yo que hablar de poesía es soporífero, sobre todo de la propia, y miró a Luna, me miró a mí, y su mirada decía “falsa maga, falsa maga”. Y Luna entonces se quitó la camiseta y en bikini dijo que se iba a dar un baño, que si íbamos con ella, y se zambulló en la piscina oscura, sin luz y fue entonces cuando Joaquín enarcó la ceja, sonrió cínico y me murmuró: “Ten cuidado con ella”. Por toda respuesta, y ya era en sí una respuesta, sin duda, dejé el vaso en el suelo y con ropa y todo me tiré a la piscina, y nunca mejor dicho.

martes, 7 de diciembre de 2010

El escaramujo también

Poca gente puede identificar con claridad
el impulso primero, inevitable
que les llevó a escribir.

Yo sí puedo.

Fue a mis trece o catorce años.
Quedé hondamente impresionado
cuando un amigo, mayor que yo,
(arrastraba ese aire bohemio e inseguro
de la adolescencia tardía,
y se hacía el entendido
en ginebras y noches,
siempre con un cigarrillo encendido)
me enseñó sus poemas.

Eran poemas a la mujer primera,
y, en uno de ellos,
cada estrofa terminaba con el siguente verso:
"el escaramujo también".

Ni aún hoy, ya más de diez años después
he averiguado qué cosa sea un escaramujo.
Pero ese verso me emocionó profundamente.
Ese verso ha estado ya más de diez años
en mi cabeza, como una semilla
tierna y literaria,
y ha germinado y ha crecido y ha dado frutos.

Sólo me falta que alguien, al leerme,
encuentre una semilla en mis letras:
y luego, y aunque de otro (pero para siempre)
ese árbol será siempre mío.

Y el escaramujo también.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El cuestionario de una sola pregunta

Hazte una pregunta.
Y sé sincero en la respuesta.
¿Así es como te imaginabas la vida?
Piensa antes de contestar.
No te apresures.
Recuerda primero
cómo eras a tus quince, a tus dieciséis años.

Recuerda aunque no quieras.
Vuelve a sentir esa fuerza en los puños,
como mil amaneceres,
y un sol en cada pupila:
y lo malo, muy malo,
y lo bueno, muy bueno.

Recuerda
todo lo que hiciste
(que no querías)
y todo lo que no hiciste
(cuando podías).
Recuerda cuántas excusas has dado.
Y cuántas más has recibido.
Casi todas falsas,
casi todas.

Ahora, mira a tu alrededor.
Lo que ves, lo has creado.
Lo que no ves, lo has permitido.

Es terrible,
¿No crees?

lunes, 25 de octubre de 2010

El progreso

El avión llega, os agarra por los pantalones y os escupe en Bagdad, Samarkanda, Beluchistán, Fez, Timbuctú, tan lejos como os lo permita vuestro dinero. Todos estos lugares antiguamente extraordinarios, son en nuestros días pequeños islotes flotando en el tempestuoso mar de la civilización. Sus nombres sugieren materias primas: caucho, estaño, pimienta, café, piedra de esmerilar, etc. Los indígenas son pobres desperdicios, explotados por el pulpo de la civilización cuyos tentáculos parten de Londres, París, Berlín, Tokio, Nueva York, Chicago, para extenderse hasta los confines helados de Islandia, hasta las extensiones salvajes de la Patagonia. Las pruebas de esto que se llama civilización se amontonan como estiércol en todos los lugares donde llegan sus largos tentáculos viscosos. Nadie se encuentra civilizado, nada se encuentra profundamente cambiado en el sentido verdadero de la palabra. La gente que antiguamente comía con los dedos, lo hace ahora con cuchillos y tenedores; algunos tienen luz eléctrica en sus chozas, en lugar de la lámpara de petróleo o la llama de la vela; otros tienen catálogos de Sears-Roebuck y la Santa Biblia en sus estantes, donde antes tenían la carabina o el mosquete; otros tienen relucientes revólveres, en vez de garrotes; los hay que emplean monedas en sus transacciones, en lugar de conchas marinas; otros llevan innecesarios sombreros de paja. Pero todos están inquietos, insatisfechos, envidiosos y su corazón sufre. Todos tienen el cáncer y la lepra en el alma. A los más ignorantes y a los más degenerados se les ordenará echarse al hombro un fusil, y luchar por una civilización que sólo les ha traído miseria y degradación. En una lengua que no pueden comprender, el altavoz aúlla los comunicados desastrosos de victoria y derrota. Es un mundo loco, que parece aún más loco que de costumbre cuando uno se siente despegado de él. El avión trae la muerte; la radio trae la muerte, la ametralladora, las latas de conserva, el tractor, las escuelas, las leyes, la electricidad, las instalaciones sanitarias, el fonógrafo, los cuchillos y tenedores, los libros e incluso nuestro aliento traen la muerte; nuestro idioma, nuestro pensamiento, nuestro amor, nuestra caridad, nuestra higiene, nuestra alegría... No importa que sean amigos o enemigos, como importa poco que les demos el nombre de japonés, turco, ruso, inglés, alemán o americano, por cualquier parte que vayamos, proyectemos nuestra sombra o respiremos, llevamos el veneno y la destrucción... ¡Hurra!, gritaba el griego. Yo también chillo: ¡Hurra! ¡Hurra por la civilización! ¡Hurra!¡No dejaremos a títere con cabeza, mataremos a todos, se encuentren donde se encuentren! ¡ Hurra por la muerte! ¡ Hurra! ¡ Hurra!


Henry Miller, El Coloso de Marusi

martes, 12 de octubre de 2010

Plomo

Hoy, desde las cinco de la mañana,
ha estado lloviendo.
No ha venido la aurora.
El día ha amanecido de plomo.

La lluvia es algo bello, sí;
pero no cuando comienza en la oscuridad
y se arrastra subrepticia y gélida.
No cuando le recuerda a uno
otro plomo, recibido en otros lugares o tiempos
(o en éstos)
por amigos y enemigos,
compañeros, camaradas,
o por traidores y malvados.

Suele darse en dosis de nueve gramos.
Trae el frío y la negrura,
como la lluvia incansable de hoy.

Siempre arranca lágrimas.
Las derrotas que inflige son amargas.
Pero las victorias también.

Sigue lloviendo. Está oscuro.
Parará. No parará.
Cuando sopla el viento a veces
las gotas golpean mi ventana.
Como la ráfaga de una ametralladora.

Es negro el día, hoy.

domingo, 3 de octubre de 2010

Lo que vine a decir

He venido a decir muchas cosas:
pero digo muy poco.
Estoy madurando las palabras.
No quiero ser imprudente
o descuidado
y arruinar así
lo que vine a decir.

Saldrá como un grito tenue.