lunes, 29 de marzo de 2010

Mereció la pena (I)

Mi primera paliza me la dieron en Tulsa, Oklahoma, por haberme follado a una tía. Mereció la pena.

Una de las cosas que solía decir mi padre era que el carácter de un hombre sólo puede ser forjado de dos maneras: a hostias y a polvos. El viejo llevaba repitiendo la misma mierda desde que yo era un crío. No es que alguna vez le prestara atención, o que me pareciera una gran frase; de hecho, normalmente no paraba de soltar sandeces, el muy cabrón… Así que nunca se me pasó por la cabeza hacerle caso. Ése fue mi primer error. Con el tiempo he terminado pensando que probablemente mi padre tuviera demasiada razón.

Sin embargo, vivíamos años de sinrazón, así que aquello no podía tener importancia. Los Doors estaban en la cima. Las chicas se quitaban la ropa; en San Francisco había sexo y drogas, o eso decía la gente. Los aviones seguían saliendo de nuestro amado suelo con rumbo a la picadora de carne: más marines para Vietnam. Una tierna sensación de irrealidad lo invadía todo, haciendo que el tiempo pasara dulce y rápido.

Mi restaurante preferido por aquella época era el Clancy´s, un tugurio regentado por una señora mayor y su hija. Las dos eran tan feas como la muerte, pero las hamburguesas estaban de puta madre y el helado también, así que solía pasarme por allí los viernes por la tarde para tomar un café y comer algo. Uno de aquellos días estaba en la barra con Thomas, un colega del instituto. Fuera no llovía, pero el día estaba nublado y se percibía esa sensación como de electricidad estática en el ambiente. Thomas bebía un batido de un vago color rosado; yo había pedido una Hamburguesa Doble Clancy con Doble de Queso y Coca-Cola, probablemente el plato más insalubre del planeta, y quizás también el más delicioso. Love me two times llenaba el ambiente pesado del local, pegadiza como un chicle de fresa.

-Love two times, I´m going away –tarareaba Thomas. Mientras, jugueteaba con la pajita de su batido, lo que le daba un aire bastante estúpido, la verdad. El chico no era muy listo –no me malinterpreten, era un gran amigo- pero se desenvolvía bien. Quiero decir, nunca tuvo problemas para conseguir lo que quería, ya fuera un empleo o una chica. En aquellos tiempos, todo le iba bastante bien. No como a mí; a los diecisiete años hay ciertas cosas que pueden joderte de verdad.

jueves, 25 de marzo de 2010

Lo sabe todo el mundo

-Ven donde pueda verte –dije-. La luna nos mira ya...

Se acercó, con el reflejo plateado de la luz en su pelo negro. Plata y azabache, y piel blanca en la oscuridad. No hacía frío en la playa. No hacía frío, y sin embargo, no dejé de temblar ni un momento. Era un temblor leve, un estremecimiento apenas. No lo causaba el frío, ni el miedo. No sé qué lo causaba. ¿Era la luna? ¿El pelo negro fulgurante? ¿La piel desnuda y pálida? Lo desconozco.

Ven donde pueda verte, dije, y ella vino. Lo que pasó después es algo que no merece la pena escribir, porque

lo sabe todo el mundo, sí

pero en realidad nadie lo sabe

así que sólo diré que el sonido del mar era lento y cadencioso; que las olas no rompían en la orilla, sino que la besaban blandamente; que la arena estaba fría, sedosa y húmeda; y que la luna nos miraba con su cara grande y redonda.

Es todo cuanto puedo decir. Y una cosa más: la neblina salobre ocultaba todas las estrellas, salvo una.

Eso fue todo.

Cien años tarde


- Ésa es mi divisa -respondió Quinsonnas-; ¡asombrar a nuestro siglo, ya que no es posible fascinarlo! Como usted, he nacido cien años tarde; imíteme, ¡trabaje! Gane su pan ya que hay que conseguir esa cosa innoble: ¡comer! Le enseñaré a ser cínico, si usted quiere; hace quince años que alimento mi ser de una manera insuficiente y he necesitado una buena dentadura para triturar lo que el destino me ponía en la boca; ¡pero con una buena mandíbula se sale adelante! Felizmente he encontrado una especie de oficio; ¡tengo buena mano, como se dice! ¡Santo cielo, si me quedara manco! ¿Que haría? ¡Ni piano, ni Libro Mayor! ¡Bah, con el tiempo se tocará con los pies! Mira, mira por dónde, eso sí que podría asombrar a nuestro siglo.
Michel no puedo reprimir la risa.

- ¡No se ría, desgraciado! -prosiguió Quinsonnas-. ¡Está prohibido en la casa Casmodage! Míreme, ¡tengo una cara que parte las piedras y un aspecto que congela el estanque de las Tullerías en pleno julio! Como usted sabe, los filántropos americanos imaginaron antaño encerrar a sus prisioneros en celdas redondas para ni siquiera dejarles la distracción de los ángulos. ¡Pues bien, hijo mío, la sociedad actual es tan redonda como esas prisiones! Y también tan aburrida. [...]
Pero aquí, ¡basta de conversaciones subversivas! ¡Yo soy un engranaje, usted es un engranaje! ¡Funcionemos y volvamos a la letanía de la Santa Contabilidad!


Julio Verne, París en el Siglo XX

sábado, 20 de marzo de 2010

Nieve sucia


“Nieve sucia. Mal augurio”. El Obërmajor Tuliev observó la pendiente de la colina. Las huellas de los blindados habían revuelto la nieve, mezclándola con la tierra. Diminutas manchas de aceite formaban una delgada película en los charcos de barro, dotándolos de pequeños arcoíris de aspecto malsano.

-Tres tanques, señor –gritó Yuri. Señaló hacia el suelo helado- Creo que pasaron por aquí esta mañana. Quizá ayer por la noche.
-Bien, soldado. Avisa a los demás. Volvemos a la base.

Mientras Yuri hablaba por el intercom, Tuliev miró de nuevo la ladera, y meneó la cabeza. “No son de los nuestros. En este cuadrante no tenemos apoyo blindado desde hace dos semanas.” Tuliev encendió un cigarrillo, y aspiró hondo.


.*.*.*.


-Eh, novato. ¿Tienes un par de billetes-C? Las chicas de ahí fuera no quieren hacérmelo gratis.

Piotr metió la mano en el bolsillo de su guerrera, y sacó uno de diez-C. El dinero no le servía para nada, y no quería problemas con el Klassargent Iorem. Los billetes-C, en la base, sólo se empleaban para dos cosas: comprar tabaco e irse de putas. Piotr tenía mala suerte: no fumaba, y le gustaban los hombres. La homosexualidad ya no se consideraba un delito en el Ejército Imperial, pero tampoco era cuestión de ir anunciándolo a gritos.

-Aquí tiene, Klassargent. Que lo disfrute, señor.
-¿Qué pasa? ¿No vienes? Tienes dinero de sobra, soldado –dijo Iorem, mirándole con suspicacia.
-Claro, señor. Si no le molesta que le acompañe. Esas putas de pueblo no saben lo que es bueno, joder.

“Maldito cerdo, ojalá una de esas pobres chicas se harte de ti y te rebane ese gordo cuello”, pensó. Inmediatamente forzó una sonrisa y siguió al Klassargent.

El prostíbulo se encontraba justo detrás de la base. El muro del ala norte se había derrumbado cuando un proyectil de mortero le dio de lleno, dos semanas atrás. La nieve ya había cubierto los escombros, dando al edificio un aspecto melancólico. Los dos soldados se encaminaron hacia la puerta; hacía frío e iban dejando nubes de vaho tras de sí, como sombras móviles y etéreas. Entraron.


.*.*.*.



-¡Están al frente! ¡Tras la primera loma! –gritó Yuri.


El Obërmajor se tiró al suelo, dándose un fuerte golpe en el hombro derecho. Ahora podía oír el chirrido infernal de las orugas de los tanques. “Como los gritos de los condenados”, pensó Tuliev. Ahora no podrían volver a la base. Levantó la vista y los vio. Grandes, pesados. Con manchas de herrumbre y con el blindaje agrietado y quemado. Apestaban a gasolina y a cordita. Ensuciaban la nieve. Y se dirigían hacia ellos.

-¡Quiera el Emperador que no nos vean! –gritó el Obërmajor, y disparó con el fusil láser a la cornisa de nieve que tenían encima. Un par de toneladas de blancura se desplomaron sobre el oficial y su acompañante y entonces
“Crea una bolsa de aire con tus manos en frente de tu nariz y boca. Con una pequeña reserva de aire puedes sobrevivir al menos 30 minutos. Respira profundamente antes que la nieve se asiente. Justo antes que esto suceda, respira profundamente y mantén la respiración por algunos segundos. Esto causa que tu pecho se expanda, lo que le dará espacio a tus pulmones para respirar cuando la nieve se endurezca a tu alrededor. Si no tienes este espacio, no podrás expandir tu pecho ni respirar mientras estés bajo la nieve. Conserva tu aire y tu energía. Trata de moverte cuando la nieve se asiente, pero ten cuidado de no destruir tu bolsa de aire. Si estás muy cerca de la superficie, intenta cavar para salir, de otra forma, no irás muy lejos. No desperdicies tu aire y energías peleando contra la nieve. Mantente en calma y espera. Si escuchas gente cerca, intenta llamarlos, pero si parecen no escucharte, detente. Es muy probable que tú los escuches mucho mejor de lo que ellos a ti. Y no olvides, soldado: las plegarias al Emperador siempre serán escuchadas.”

.*.*.*.

Como siempre, Piotr eligió a la muchacha que más asustada parecía. Subió con ella a la habitación, un triste y frío cuartucho. Sacó un par de billetes-C, los dejo sobre la cama y se sentó en ella. La chica comenzó a quitarse la ropa, pero él hizo un gesto de negativa. Permanecieron quince minutos sentados, en silencio. Cuando finalmente se levantó para marcharse, la chica, con la mirada clavada en el suelo, le dio las gracias.

-No me las des a , nena. Dáselas al Ejército Imperial –dijo, y se fue.

En el exterior, los copos comenzaron a caer.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Quebrar las cadenas



“Nadie dijo que ser un Comisario de Seguridad Interna fuera fácil. Hay tantas conspiraciones contra nuestra Unión… Tantos traidores, tantos haraganes, tantos corruptos. No por casualidad el símbolo del Comisariado es un puño cerrado quebrando una cadena. Porque son ellos quienes rompen nuestras cadenas. Ellos protegen al obrero de las fábricas orbitales; ellos se aseguran de que cada niño reciba sus píldoras vitamínicas. Ellos aplastan al enemigo. Es una tarea dura, pero en nuestro camino hacia la victoria…”

Plejánov apagó el holovisor, asqueado por la descarada propaganda. Abrió y cerró las manos, nervioso, y encendió un cigarrillo. Se estaban retrasando. Por un momento, pensó que quizás no vendrían. "Tal vez un control preventivo… No, un asalto domiciliario, o quizás…" Se obligó a tranquilizarse, sacudiendo la ceniza del pitillo con un movimiento convulso. Una diminuta brasa danzante se posó sobre la pernera del pantalón de su uniforme, apagándose inmediatamente.

“Vendrán. Simplemente se han retrasado. Un problema con el neumobús, o un atasco en las redes subterráneas. No hay que preocuparse. No hay que preocuparse.”

Repasó mentalmente el plan. Denominaban lo que pretendían hacer como “sabotaje”, aunque quizá la palabra más adecuada sería “atentado terrorista”. Plejánov sacudió la cabeza; ya había hablado de ello con los compañeros de la Organización Colibrí, y todos estaban de acuerdo. Había que asestar un golpe fuerte al Comisariado, y ya se sabe… Para hacer una buena tortilla, hay que romper unos cuantos huevos.

El holovisor se encendió de manera automática. “Magnífico”, pensó Plejánov. “Otro parte de noticias”. En algunos momentos del día, los holovisores se encendían por orden del Ministerio y no se desconectaban hasta que la transmisión finalizara. Era algo necesario para garantizar el derecho a la información del pueblo; ¡Ciudadano, infórmate!, pensó Plejánov, recordando los mensajes oficiales en las pantallas de los neumobuses.

“Saludos, pueblo de la Unión. Interrumpimos la programación habitual para informarles sobre los avances de nuestras tropas en Titán. Cuatro divisiones de infantería mecánica, bajo el mando directo del Emperador, han aplastado un núcleo rebelde. Las bajas han sido mínimas, aunque aún no disponemos de los datos exactos. Les dejamos con las declaraciones del Obërmajor Kalinin…”

Tres golpes secos sonaron en la puerta. Plejánov apagó apresuradamente el cigarrillo sobre un plato-ración vacío. “Que sea lo que el Emperador quiera”, pensó. Revisó su uniforme, se encasquetó graciosamente la gorra de plato, y se dispuso a salir.


.*.*.*.


-¿Desplegamos ya, Señor?

-No –respondió el Comisario.

-Pero, Señor… Con su permiso, ¡tenemos la oportunidad de detener a esa escoria traidora!

-Soy yo quien da las órdenes, delegado Zetkin. ¿Lo ha olvidado? –El delegado tragó saliva.

-No, señor. Quiero decir, sí, señor –Zetkin dudó, al borde de la histeria. –Quiero decir…

-Déjelo, delegado Zetkin. Preste atención al dispositivo de seguimiento.

Zetkin hizo lo que se le ordenaba, obligándose a olvidar su momentáneo ataque de terror. Lo último que deseaba era hacer enfadar al Comisario. Diablos, quería ascender algún día. Y cometer un desliz, por pequeño que fuera, podía llevarle a la perdición. Así que se concentró en el dispositivo de seguimiento. El sospechoso llevaba un maletín barato, y fingía leer la pantalla de su holoperiódico, mientras caminaba por la Avenida de la Victoria. Al doblar una esquina, chocó contra otro transeúnte: el golpe fue bastante duro, y los maletines de ambos cayeron al suelo. Se disculparon, y continuaron su camino.

-¡Señor! –gritó Zetkin, excitado. –¡El sospechoso ha intercambiado su maletín con otro individuo!

-No diga tonterías, Zetkin. Se ha tropezado, eso es todo. Continúe con el seguimiento.

-Pero, señor… Lo he visto claramente –protestó el delegado.

-¿Duda de mi criterio, Zetkin? –Los ojos del Comisario relampaguearon.

El delegado sintió una punzada de terror creciente.

-Señor, no, señor –contestó, y prestó de nuevo atención al dispositivo de seguimiento.

.*.*.*.

Los holovisores se encendieron automáticamente en todo el país.

“Ciudadanos de la Unión: acabamos de recibir una noticia de última hora. Al parecer, un artefacto explosivo ha estallado a las puertas de la sede del Comisariado de Seguridad Interna. Un repugnante grupo terrorista, autodenominado Organización Colibrí, ha reclamado la autoría del atentado. Informaciones preliminares indican que un maletín-bomba hizo explosión hace unos quince minutos. Gran parte del Comisariado ha sido destruida; conectamos en directo con Verónica Ziova, nuestra corresponsal en la capital.


-Buenos días, ciudadanos de la Unión. Como pueden observar, la situación aquí es caótica: los heridos se agolpan en las tiendas provisionales del Ministerio de Salud, mientras efectivos de la Policija retiran cuerpos mutilados de entre los escombros. La depravación de estos los traidores de la Organización Colibrí no conoce límites; aquí vemos los cadáveres de varios niños, que se hallaban de visita en el Comisariado. La información a la que tenemos acceso habla de treinta y dos muertos y un número indeterminado de heridos. Les dejamos con las declaraciones del Comisario Plejánov…”

miércoles, 10 de marzo de 2010

La niebla de Oerlikon



Zurich es una ciudad que tiene un atributo principal: es gris. Es tan gris a veces, que me planteo si por sus calles pasean seres humanos o autómatas tan sólo. Lo que sí tengo claro es que por la urbe campa a sus anchas el dinero. Zurich es dinero. Aquí, el Dios omnipotente y ubicuo es el papel moneda: todo lo hace. Aquí se genera, se distribuye y se gasta. Zurich es el corazón y el cerebro del sistema monetario (sea lo que sea eso), lo que la convierte a la vez en causa y remedio de los males del mundo. Y también en un reflejo lejano y perfecto del alma del hombre.
Vivo en Zurich, en el barrio de Oerlikon. Ni siquiera en un apartamento: en un sótano más bien, debajo de la casa de mi némesis personal, la arrendadora. Se llama Gerda y es suiza; es extremadamente suiza. Gerda es a los suizos lo que Zurich es al dinero. Es alta, rubia, gorda, colorada, de mirada porcina. Es Suiza hecha mujer. Creo que me odia por mi condición de extranjero (algo también muy suizo). Pero me da igual.
Mi cuartucho, aunque pequeño, es acogedor. Tengo todo lo que alguien podría desear: baño propio, una cama, una cocina eléctrica, televisión, ordenador, nevera. Un ventanuco a media altura, que da a la calle, me permite ver el variado calzado de los transeúntes y sus tobillos, y también es práctico para enfriar la cerveza (aquí el clima es frío).
Tengo que confesar algo: me gustan las matemáticas. Las matemáticas están en todo: en la geometría fractal del brócoli, en el espesor de la fina capa de aceite que queda sobre la sopa cuando se enfría, en las estrellas y su energía, en el ritmo de las contracciones musculares que acompañan al orgasmo, en todo. Siento su delicado orden cuando paseo por el Lindenhof y en un puesto callejero pido Burek. Y también están presentes en las relaciones humanas, en el funcionamiento de las sociedades. Del mismo modo que es posible diseñar un motor cuando se conocen las ecuaciones adecuadas y las normas que reglamentan la interacción de diferentes elementos entre sí, se puede prever, reproducir y gestionar el comportamiento de las personas mediante modelos matemáticos. Y a eso es a lo que me dedico.
Marx tenía razón en una cosa: la sociedad se rige por una serie de pautas susceptibles de ser estudiadas científicamente. Pero se equivocó al pretender que ese estudio debía partir de la sociedad misma como categoría científica. Y creó la sociología. Yo afirmo que esas reglas no son propias: son las matemáticas de siempre.
Matemáticas como las que me permiten calcular la refracción de la luz sobre la piel de una mujer tumbada a mi lado, cuando esa luz es tenue, de las farolas, y se filtra a través de la niebla nocturna. La otra noche, por ejemplo, conocí a una mujer excepcional: era comparable a un teorema de inconmensurable belleza, y su voz era suave, lánguida, como el infinito en la teoría cuántica.
“Esta noche es tenebrosa”, me dijo. Le contesté que para mí no; que la niebla en algunas culturas antiguas era símbolo de paz. La niebla, cuando baja, obliga a la tregua, sobre todo en las zonas pantanosas donde un paso en falso puede ser mortal. “Es una idea muy bella”, me contestó, y entonces yo, alentado por el alcohol y un poquito de marihuana y por la física y la antropología, le dije: “Sí”, y le di un beso, un beso inseguro al principio pero tierno y apasionado luego, y ella se abandonó en la penumbra y después sobre la cama guió mis manos expertamente.
Entonces ya dejé de hablar y comprobé de nuevo como el sexo, la música y las matemáticas guardan una relación lógica profunda y perfecta; y ella se puso encima de mí, y cabalgó lentamente. Luego yo me puse sobre ella y la penetré con rapidez y con
furia mientras sus gemidos roncos producían un eco misterioso en mi interior, y por fin nos quedamos dormidos.
Por la mañana, desperté envuelto en la niebla de Oerlikon. Luego volví a la cama otra vez.

viernes, 5 de marzo de 2010

Ya estabas tú allí

Viniste a mí deprisa,
deprisa,
con noche en los pies,
con noche en el pelo,

Viniste nocturna,
toda,
y de mármol,
y de luna,
y de plata o mar o
lengua húmeda oportuna.

Viniste como lo esperado:
fácil, sencilla.
Fuiste mimbre verde
trenzado, como en la noche
del los tiempos:
ni la alfarería existía aún,
y ya estabas tú allí.