martes, 7 de diciembre de 2010

El escaramujo también

Poca gente puede identificar con claridad
el impulso primero, inevitable
que les llevó a escribir.

Yo sí puedo.

Fue a mis trece o catorce años.
Quedé hondamente impresionado
cuando un amigo, mayor que yo,
(arrastraba ese aire bohemio e inseguro
de la adolescencia tardía,
y se hacía el entendido
en ginebras y noches,
siempre con un cigarrillo encendido)
me enseñó sus poemas.

Eran poemas a la mujer primera,
y, en uno de ellos,
cada estrofa terminaba con el siguente verso:
"el escaramujo también".

Ni aún hoy, ya más de diez años después
he averiguado qué cosa sea un escaramujo.
Pero ese verso me emocionó profundamente.
Ese verso ha estado ya más de diez años
en mi cabeza, como una semilla
tierna y literaria,
y ha germinado y ha crecido y ha dado frutos.

Sólo me falta que alguien, al leerme,
encuentre una semilla en mis letras:
y luego, y aunque de otro (pero para siempre)
ese árbol será siempre mío.

Y el escaramujo también.