miércoles, 9 de junio de 2010

Literatura ( II )

Una de esas noches fue El Principio. Sucedió, sin más. Recuerdo su pelo oh sí su pelo rojo como la pulpa de una granada y ensortijado, rebelde. Recuerdo el alcohol en mi aliento, y la valentía breve pero profunda que hizo nacer en mi interior. Recuerdo la penumbra neblinosa del bar, un bar de chupitos repugnantes como tantos otros que pueblan Alonso Martínez. Recuerdo que me acerqué a ella, y dije cualquier cosa, cualquier gilipollez, ni sé lo que dije, pero sí sé que ella me sonrió con una boca enorme de las de piercing en el labio de abajo, un piercing discreto y plateado. Estefanía se llamaba, Estefanía, un nombre que siempre me ha sonado a estrecha, a Iglesia, como a Epifanía o algo parecido. Pero ella no era así, no era así (y supongo que seguirá sin serlo). Ella no era estrecha, oh no, no. Hablamos y hablamos y su pelo una bandera una ola el fuego, no sabría decir el qué, pero de ese estilo. Me dijo que estudiaba filología en la Complutense y que le gustaba la literatura, y mientras tanto una copa, otra copa, otra más. Cuando alcancé el momento exacto (y por una vez en mi vida estuve totalmente seguro de que ése era el momento), me abalancé rápido sobre ella, busqué su boca con mi boca, olí su perfume dulce y el alcohol y los cigarrillos y entonces ella

ella giró la cabeza un poco, un poquito nada más y me mordió en la mejilla, con fuerza, con fuerza, me hizo daño de verdad. Me aparté bruscamente; ella reía.

-¿Pero qué coño haces? –grité. Me esperaba muchas cosas, pero no esa en concreto.

Estefanía por toda respuesta sonrió y su sonrisa decía muchas cosas y a la vez no decía nada, pero prometía con esa boca algo que ni aún hoy sé lo que era y yo, con la mano en la mejilla y con cara de gilipollas me quedé ahí plantado. Entonces ella se acercó.

- Me tengo que ir, pero ya nos veremos –me dijo al oído, alargando el veremos, haciendo que la palabra en mi cerebro tardara una hora entera en ser pronunciada, escuchada, procesada. Casi creí notar su lengua en mi oreja, breve, cálida.

Y se fue del bar, salió lentamente, tranquila. Me dejó escuchando la canción que sonaba cuando me abalancé sobre ella. Sé que era una de las potentes, sí, pero no consigo recordar cuál. Esto, sin embargo, fue sólo el principio de El Principio.

Ese mismo lunes, y con un hematoma de media luna dentada en la cara, fui a la Facultad de Filología de la Complutense con una idea bastante clara y un bote de pintura negra; directamente, sin pensar, me planté en la entrada principal y escribí en la pared: “¿Muerdes siempre a la gente nada más conocerla?”. Y lo taché. Debajo, con letra más pequeña, puse: “Te quiero follar”. Taché la palabra follar. Un poco más abajo, continué: “Misma hora, mismo sitio”. Esa frase la dejé tal cual. Me alejé de la pared para contemplar mi obra; las palabras tachadas se leían perfectamente. Varios estudiantes me miraban, indiferentes. Encendí un cigarrillo, aspiré con satisfacción pero con una leve sensación de vacío en el estómago y me fui. Ése fue El Principio.

8 comentarios:

  1. Vaya movidas que te montas, chico.
    O vaya imaginación que tienes.
    Relatas bien.
    Saludos.

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  2. Engancha, joder si engancha.
    Venga...

    Saludos.

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  3. si, yo quiera saber que pasa despues...

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  4. Recuerda: Rayuelo :-P
    P.D. He de decir que me ha gustado.

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  5. Gracias por ty comentario en mi blog.
    Volvere a leerte en la continuación del post ¿o tal vez no lo continues? En cualquier caso volvere.
    Cordial saludo.

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  6. leí tus dos literaturas: el final, el principio y el principio del principio.

    me gustó mucho tu narrativa, tu forma narrativa.

    un beso*

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  7. trataré de no perderme lo que viene, ya me puse el cinturón...vamos!

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