sábado, 20 de marzo de 2010

Nieve sucia


“Nieve sucia. Mal augurio”. El Obërmajor Tuliev observó la pendiente de la colina. Las huellas de los blindados habían revuelto la nieve, mezclándola con la tierra. Diminutas manchas de aceite formaban una delgada película en los charcos de barro, dotándolos de pequeños arcoíris de aspecto malsano.

-Tres tanques, señor –gritó Yuri. Señaló hacia el suelo helado- Creo que pasaron por aquí esta mañana. Quizá ayer por la noche.
-Bien, soldado. Avisa a los demás. Volvemos a la base.

Mientras Yuri hablaba por el intercom, Tuliev miró de nuevo la ladera, y meneó la cabeza. “No son de los nuestros. En este cuadrante no tenemos apoyo blindado desde hace dos semanas.” Tuliev encendió un cigarrillo, y aspiró hondo.


.*.*.*.


-Eh, novato. ¿Tienes un par de billetes-C? Las chicas de ahí fuera no quieren hacérmelo gratis.

Piotr metió la mano en el bolsillo de su guerrera, y sacó uno de diez-C. El dinero no le servía para nada, y no quería problemas con el Klassargent Iorem. Los billetes-C, en la base, sólo se empleaban para dos cosas: comprar tabaco e irse de putas. Piotr tenía mala suerte: no fumaba, y le gustaban los hombres. La homosexualidad ya no se consideraba un delito en el Ejército Imperial, pero tampoco era cuestión de ir anunciándolo a gritos.

-Aquí tiene, Klassargent. Que lo disfrute, señor.
-¿Qué pasa? ¿No vienes? Tienes dinero de sobra, soldado –dijo Iorem, mirándole con suspicacia.
-Claro, señor. Si no le molesta que le acompañe. Esas putas de pueblo no saben lo que es bueno, joder.

“Maldito cerdo, ojalá una de esas pobres chicas se harte de ti y te rebane ese gordo cuello”, pensó. Inmediatamente forzó una sonrisa y siguió al Klassargent.

El prostíbulo se encontraba justo detrás de la base. El muro del ala norte se había derrumbado cuando un proyectil de mortero le dio de lleno, dos semanas atrás. La nieve ya había cubierto los escombros, dando al edificio un aspecto melancólico. Los dos soldados se encaminaron hacia la puerta; hacía frío e iban dejando nubes de vaho tras de sí, como sombras móviles y etéreas. Entraron.


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-¡Están al frente! ¡Tras la primera loma! –gritó Yuri.


El Obërmajor se tiró al suelo, dándose un fuerte golpe en el hombro derecho. Ahora podía oír el chirrido infernal de las orugas de los tanques. “Como los gritos de los condenados”, pensó Tuliev. Ahora no podrían volver a la base. Levantó la vista y los vio. Grandes, pesados. Con manchas de herrumbre y con el blindaje agrietado y quemado. Apestaban a gasolina y a cordita. Ensuciaban la nieve. Y se dirigían hacia ellos.

-¡Quiera el Emperador que no nos vean! –gritó el Obërmajor, y disparó con el fusil láser a la cornisa de nieve que tenían encima. Un par de toneladas de blancura se desplomaron sobre el oficial y su acompañante y entonces
“Crea una bolsa de aire con tus manos en frente de tu nariz y boca. Con una pequeña reserva de aire puedes sobrevivir al menos 30 minutos. Respira profundamente antes que la nieve se asiente. Justo antes que esto suceda, respira profundamente y mantén la respiración por algunos segundos. Esto causa que tu pecho se expanda, lo que le dará espacio a tus pulmones para respirar cuando la nieve se endurezca a tu alrededor. Si no tienes este espacio, no podrás expandir tu pecho ni respirar mientras estés bajo la nieve. Conserva tu aire y tu energía. Trata de moverte cuando la nieve se asiente, pero ten cuidado de no destruir tu bolsa de aire. Si estás muy cerca de la superficie, intenta cavar para salir, de otra forma, no irás muy lejos. No desperdicies tu aire y energías peleando contra la nieve. Mantente en calma y espera. Si escuchas gente cerca, intenta llamarlos, pero si parecen no escucharte, detente. Es muy probable que tú los escuches mucho mejor de lo que ellos a ti. Y no olvides, soldado: las plegarias al Emperador siempre serán escuchadas.”

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Como siempre, Piotr eligió a la muchacha que más asustada parecía. Subió con ella a la habitación, un triste y frío cuartucho. Sacó un par de billetes-C, los dejo sobre la cama y se sentó en ella. La chica comenzó a quitarse la ropa, pero él hizo un gesto de negativa. Permanecieron quince minutos sentados, en silencio. Cuando finalmente se levantó para marcharse, la chica, con la mirada clavada en el suelo, le dio las gracias.

-No me las des a , nena. Dáselas al Ejército Imperial –dijo, y se fue.

En el exterior, los copos comenzaron a caer.

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