sábado, 13 de febrero de 2010

Proyecto Buran (y IV)

IV


Noche, zona Tribunal. Me encuentro totalmente borracho en un antro repugnante y acogedor. Más Allá, creo que se llama. No hay música. Harold y Enrique están conmigo. Le digo a Harold que el camarero tiene una pinta rara. La verdad es que sí la tiene, me contesta. Siempre que vengo a este bar me fijo en él: parece un motero salido de un “Mom´s Diner” situado en cualquier autopista de Minnesota. Lleva un chaleco vaquero lleno de extraños símbolos, un pantalón de cuero, camiseta de Iron Maiden, unas patillas enormes que le tapan media cara, barba de tres o cuatro días. Fuma cigarrillos sin filtro. No sé qué edad tiene. ¿Treinta y cinco? No sabría decirlo. Inspira un curioso mal rollo, pero es un buen camarero: rápido con los vasos y apenas habla. Detrás de él hay un póster obsceno en el que aparece una mujer caracterizada de pantera negra, desnuda, salvaje y atrayente. Me quedo mirando el póster. Parece una fotografía auténtica, y no la típica imagen sacada de una revista. Te gusta, me pregunta. Su voz es ronca, pero la pronunciación impecable. Sí, le digo, alargando la i, con un tono ebrio que me sorprende. Pues es mi madre, me contesta. Harold resopla a mi lado. Joder, tío, le dice, si esa es tu madre, quiero conocerla. Es mi madre hace veinte años, gilipollas. Aún así, quiero conocerla, coño, insiste Harold. Empiezo a temer por nuestra integridad física. Cuando Harold se pone así, no hay quien le haga entrar en razón. El rostro del camarero (no sé cómo se llama, pero le pega llamarse Bill o quizás Landon) es indescifrable. Parece que va a decir algo, pero le gritan algo desde el otro lado de la barra. La voz que le llama, ca-ma-re-ro, parece legar atravesando una mancha negra de petróleo sobre la superficie del mar. Se alarga grave también como la sirena del petrolero. Entonces es cuando todo comienza a ser extraño: la mujer del póster, la madre del camarero, se solidifica, aumenta de tamaño, sale de su propia imagen y se materializa a mi lado. Harold no está. Enrique tampoco. La mujer-pantera me besa y me acaricia. Follamos encima de la barra. Está pegajosa a trozos, y brilla por el barniz y por el alcohol. Colillas en el suelo; ceniza en la barra.

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