lunes, 11 de febrero de 2013
El todo o nada
miércoles, 16 de enero de 2013
Trabajo a cambio de balas
miércoles, 9 de enero de 2013
La lección
jueves, 27 de diciembre de 2012
La herramienta
Algunos nos hemos ido endureciendo.
Poco a poco.
Como un fruto seco que crea su cáscara.
Como construyendo una coraza o una costra.
Hemos ido anticipando el fuego:
Las balas.
Los explosivos.
Todo.
Nos hemos ido endureciendo, poco a poco,
a golpe de dignidad arrebatada.
Hemos prestado atención
y hemos hecho oídos sordos.
Hemos ido construyendo el odio.
Es una obra delicada y sublime, el odio.
Es el combustible de la acción, la filosofía de manos firmes:
es afirmar que nos hemos endurecido.
Esta coraza no es bella,
pero es útil.
No es agradable,
pero es fuerte.
No es nada si no fue forjada despacio,
en la reflexión profunda y en el llanto.
Y no es una armadura, no
Es una herramienta
lunes, 6 de febrero de 2012
La derrota
Siempre lo es.
Aunque no lo parezca, incluso. Lo es.
Siempre.
Pero hay derrotas peores que otras.
Hay derrotas grandes,
y derrotas pequeñas.
Por eso es bueno mirar lejos
y enfrentar al menos
un combate difícil, imposible casi.
Al menos uno en la vida.
Si te derriban en los de menor importancia,
la derrota será dulce.
El dolor leve.
Un tropiezo no es nada,
nada,
cuando el camino es largo.
No se nota siquiera.
Basta con levantarse y seguir
es fácil
viernes, 2 de diciembre de 2011
Hay que prestar atención
Sé que mucha gente de ciudad
jamás se ha detenido en otoño,
recién entrada la noche
cerca de un árbol de hoja caduca.
Y sé que tampoco se han puesto debajo.
Si lo hubieran hecho,
gracias al silencio nocturno
y al relente que lo humedece todo,
habrían oído
caer las hojas. Sí.
Se desprenden con un ¡plic!
y bajan, rozando con murmullos a sus compañeras,
y se posan en el suelo con un ruido tenue.
Así caen las hojas en otoño.
Una por una.
Nocturnas.
Hay que prestar atención.
Sé también que mucha gente
jamás se ha detenido un momento
a ver cómo caen las hojas
de este Sistema caduco.
Hay que prestar atención.
Es otoño.
El Sistema está débil, agotado.
Se oye:
basta con detenerse un momento.
Claro que quiero recordar
a los incautos
que despúes del otoño viene el invierno,
la primavera luego.
Y las hojas renacen.
Así año tras año.
Aquí no basta con detenerse un momento
y prestar atención.
No.
El capitalismo hay que talarlo.
Serrarlo.
Derribarlo.
No se desprende con un ¡plic!
No.
No desciende con un murmullo.
No.
No se posa en el suelo con un ruido tenue.
¡No!
Talar.
Serrar.
Derribar.
Será
       (quizás)
            un bello espectáculo
lunes, 20 de junio de 2011
No bajéis la guardia
jueves, 19 de mayo de 2011
EL MAYO EN QUE NACIÓ EL GRITO
lunes, 21 de febrero de 2011
Maga verdadera, falsa maga (y II)
Hay algo de obsceno en el agua nocturna, pero también un algo de miedo cerval, primigenio. El agua nocturna invita casi siempre en verano y tras unas copas a internarse en lo profundo, en el abandono sin ropa, sí, pero es una invitación en cierto modo peligrosa, quién no ha sentido un leve temor al sumergirse en el agua negra y desnuda, como si monstruos sin nombre pulularan por allí, claro que es ésta una sensación pasajera, que sólo deja un leve poso de intranquilidad. No permanece. Si bien es cierto que esto sucede principalmente en el mar, incluso en un lago, pero no en una piscina aunque ésta tenga las luces apagadas. Y sin embargo. Porque lo obsceno y lo cerval sí que estaban allí en el agua con Luna esa noche, porque Luna me ponía literalmente la carne de gallina, toda ella riendo y salpicando, como un pez en la oscuridad, como un pez en la oscuridad, brillando sus dientes y su piel pálida apareciendo y desapareciendo y relumbrando.
No voy a engañar a nadie. Ninguno de estos pensamientos surcaba mi mente en aquellos momentos, claro, entonces sólo un ansia, una indecisión, un sentimiento torpe y borracho que me atenazaba la cabeza, las extremidades, todo, ese momento previo a perder el control cuando una mujer (una mujer) está ahí, y todo está ahí, y el cerebro tan sólo acierta a disparar un reacciona, reacciona, vamos, cabronazo, reacciona de una putísima vez ya, y ni por esas. Supongo que como todo el mundo yo, entonces, y guiado tal vez por el instinto o por la ginebra (esto nadie lo sabe con certeza nunca), me acerqué torpemente entre juegos y chapoteos, abracé a Luna torpemente entre juegos y chapoteos, ella escapó de mí riendo una, dos, tres veces, como un pez en la oscuridad, resbaladiza inaprensible veloz, todo eso, y a la cuarta o quinta o qué se yo ya sí, ya su boca en mi boca, ya mi mano en su pelo, mientras escuchaba su respiración cerca y lejos, muy lejos, sonaba la música machacona de la fiesta del chalet que entonces parecía estar a cien mil millones de años luz de nosotros.
Nunca he vuelto a echar un polvo sobre la hierba húmeda y bajo el cielo estrellado. La oscuridad de un pueblo en las afueras de Madrid, y un cielo milagrosamente limpio, y la ausencia de Luna en el mismo, y la presencia de Luna en la Tierra, lograron una Vía Láctea inusitadamente luminosa, capaz de traspasar su pelo y mis ojos, capaz de hacer brillar sus hombros sobre mí, ella cabalgándome con furia, sin palabras, yo intentando retener cada momento, cada jadeo, anticipando casi con dolor (y con certeza) el momento en que todo aquello acabaría, el Final, porque algo tan bueno y tan potente no puede durar mucho, eso lo sé bien, y es que si cosas así fueran duraderas, la raza humana enloquecería sin duda. Y no hay más.
Y de verdad que no hay más, al menos que se pueda contar con palabras, no hay más, sólo esa noche maravillosa transmutada de repente en la luz del mediodía caluroso del día siguiente, yo solo conmigo mismo abriendo los ojos en un sofá, lo recalco, yo solo, es decir, solamente yo, con una resaca de las buenas, con la espalda llena de barro, con la garganta en un puño y el corazón encogido de repente y pensando qué coño hago aquí.
Y cuando digo que no hay más es que busqué a Luna por el panorama postapocalíptico que ofrecía el puto chalet aquel, primero con alguna esperanza, luego ya sin ninguna y por supuesto sin ningún éxito, luego desayuné una cerveza, luego vomité, luego me pegué un baño en la piscina triste y diurna, y mientras tanto intenté preguntar a algunos de los desconocidos fantasmas que encontré, que si Luna, que si la conoces o sabes quién es o dónde vive o dónde está, o lo que sea, quién, Sí, una chica delgada, así con tatuajes, No, claro, camarera, No, vale, ¿Hunter qué Thompson?, No, claro. Y así sucesivamente y mi móvil por supuesto empapado aún e irrecuperable, y hasta Joaquín se había largado y tampoco nadie le conocía a él. No hay más, sólo volver en un autobús después de una buena media hora de caminata por una carretera polvorienta y al llegar a Madrid intentar dormir un rato.
Y yo creo que Maga Verdadera porque desapareció la muy puta, así, esfumada, nunca más se supo y es más, aún hoy a veces Joaquín me pregunta qué te pasa, Amador, que parece que estás en la Luna, y yo le contesto joder, no lo sabes tú bien. No lo sabes tú bien.
martes, 18 de enero de 2011
Maga verdadera, falsa maga (I)
El caso es que Luna fue o es, en dicción de mi amigo Joaquín (y mía, que para algo inventamos entre los dos aquella Teoría) una maga o más bien una falsa maga, aunque en el caso concreto de Luna aún no me he decidido, si bien es cierto que tira más para falsa maga, y esto sin saber del todo aún cuál sea la peor clase de mujer, si la maga verdadera o la falsa maga. En esto le doy la razón a Joaquín, que tiene sus dudas, justificadas claro y cautas, además de bien formuladas: la falsa maga es completamente insoportable, pero previsible al fin y al cabo, y pasado un tiempo inspira sólo lástima o irritación. La maga verdadera, en cambio, es mucho más peligrosa: puede generar rechazo al principio, sí, pero luego simplemente te destroza la vida, porque sus tonterías no son tonterías sino que verdaderamente son hechos excepcionales, y uno sólo es un pobre diablo que busca la paz y no una mujer terrible y destructiva, como una diosa furiosa, frágil, que empapa de magia todo lo que toca para luego romperlo en pedazos.
Claro que, y para el que no lo sepa, la Teoría de la Maga Verdadera y la Falsa Maga no se refiere a los magos como casta ni a la Magia en sí, sino que está tomada de una novela de Cortázar, y esto sólo como antecedente, porque la Teoría en sí no tiene nada o casi nada que ver con Rayuela ni con tantas otras cosas, vamos, que es sólo la idea, la imagen, el concepto, y menos mal que Cortázar está muerto, que si estuviera vivo seguramente vendría y me daría de hostias, por pretencioso y por estúpido.
Así las cosas, y sin entrar definitivamente en si Luna era o es una maga verdadera o sólo falsa maga, lo que yo quería contar es la historia de cómo Luna, la mujer a secas, cuando aún no estaba en proceso de clasificación, entró y salió de mi vida como un rayo trémulo, rápida y bastante dolorosamente. Entró rápido y salió más rápido aún, pero al irse se llevó un trozo de mí, un pedazo tierno y sanguinolento, calculo que del tamaño aproximado de una manzana o quizás del de una pelota de tenis.
Tenía Luna los ojos como los de Sasha Grey, grandes, húmedos, lascivos, y esa piel blanca que es promesa de blandura aunque sea luego como el mármol. En su forma de moverse, de hablar, se apreciaba rápido su inteligencia afilada, dúctil, y también su estupidez, porque, y para el que no lo sepa todavía, se puede ser a la vez estúpido e inteligente, como el sabio puede ser ignorante y viceversa. Joaquín, al conocerla, esa misma noche al lado de la piscina me dijo “Ten cuidado con ella”, y lo dijo enarcando una ceja y con sorna, lo cual no deja de ser intrigante, ya que cuando Joaquín enarca una ceja es sólo para hablar en serio o de cosas serias; y es que habría mucho que interpretar en ese gesto, eso seguro.
Los recuerdos que tengo de Luna aquella primera noche son confusos y oscuros, algo que no es de extrañar en esas noches turbias, ésta en concreto en casa de alguien indeterminable, la amiga de un amigo de un amigo pero eso sí, el chalet precioso, enorme, con piscina y exhibiendo una cuidada selección de bebidas. Recién llegado fui a echarme una copa y allí estaba Luna, que aprovechando mi torpe y excesivamente sobrio inicio conversacional me confesó su nombre y su profesión, Luna y camarera, así lo recuerdo de claro, y yo me dije, “Amador, no sé que tienes con las camareras”, pero vaya si lo sé, y es que me cuesta recordar alguna mujer de las que he conocido (en sentido bíblico) que no fuera camarera: Belén, la argentina alta y morena de mirada triste, o aquella rubia chiquita de las trenzas primorosas cuyo nombre nunca supe, y etcétera, vamos, que por un motivo claro y sangrante dependo en cierto modo de ese oficio y en fin, que soy hombre de camareras.
Pues entre una copa y otra y algo de charla inicial allí estaba Luna, con sus brazos tatuados y también su pecho tatuado, que se entreveía debajo de la camiseta suelta aquella, veraniega, mientras yo refrescaba la noche a base de gintonics. No es que tuviera demasiados tatuajes, pero sí algunos y llamaban mucho la atención, aunque a mí a esa hora y por el tercer gintonic lo que me llamaba era Luna en sí, el pack completo, vamos, sobre todo cuando esos labios carnosos comenzaron a decir cosas interesantes e incluso cosas muy interesantes, que si la poesía de tal o cual o Hunter S. Thompson, que si la primera etapa de Gerardo Diego, que si socialismo y en ésta yo ya atragantándome con la ginebra, a medias por el pecho tatuado entrevisto y a medias por el socialismo en sí. Luego ella se internó más en la poesía y comenzó a hablar de sus poemas y en esas llegó Joaquín, que sabe como yo que hablar de poesía es soporífero, sobre todo de la propia, y miró a Luna, me miró a mí, y su mirada decía “falsa maga, falsa maga”. Y Luna entonces se quitó la camiseta y en bikini dijo que se iba a dar un baño, que si íbamos con ella, y se zambulló en la piscina oscura, sin luz y fue entonces cuando Joaquín enarcó la ceja, sonrió cínico y me murmuró: “Ten cuidado con ella”. Por toda respuesta, y ya era en sí una respuesta, sin duda, dejé el vaso en el suelo y con ropa y todo me tiré a la piscina, y nunca mejor dicho.
martes, 7 de diciembre de 2010
El escaramujo también
el impulso primero, inevitable
que les llevó a escribir.
Yo sí puedo.
Fue a mis trece o catorce años.
Quedé hondamente impresionado
cuando un amigo, mayor que yo,
(arrastraba ese aire bohemio e inseguro
de la adolescencia tardía,
y se hacía el entendido
en ginebras y noches,
siempre con un cigarrillo encendido)
me enseñó sus poemas.
Eran poemas a la mujer primera,
y, en uno de ellos,
cada estrofa terminaba con el siguente verso:
"el escaramujo también".
Ni aún hoy, ya más de diez años después
he averiguado qué cosa sea un escaramujo.
Pero ese verso me emocionó profundamente.
Ese verso ha estado ya más de diez años
en mi cabeza, como una semilla
tierna y literaria,
y ha germinado y ha crecido y ha dado frutos.
Sólo me falta que alguien, al leerme,
encuentre una semilla en mis letras:
y luego, y aunque de otro (pero para siempre)
ese árbol será siempre mío.
Y el escaramujo también.
jueves, 4 de noviembre de 2010
El cuestionario de una sola pregunta
Y sé sincero en la respuesta.
¿Así es como te imaginabas la vida?
Piensa antes de contestar.
No te apresures.
Recuerda primero
cómo eras a tus quince, a tus dieciséis años.
Recuerda aunque no quieras.
Vuelve a sentir esa fuerza en los puños,
como mil amaneceres,
y un sol en cada pupila:
y lo malo, muy malo,
y lo bueno, muy bueno.
Recuerda
todo lo que hiciste
(que no querías)
y todo lo que no hiciste
(cuando podías).
Recuerda cuántas excusas has dado.
Y cuántas más has recibido.
Casi todas falsas,
casi todas.
Ahora, mira a tu alrededor.
Lo que ves, lo has creado.
Lo que no ves, lo has permitido.
Es terrible,
¿No crees?
lunes, 25 de octubre de 2010
El progreso
Henry Miller, El Coloso de Marusi
martes, 12 de octubre de 2010
Plomo
ha estado lloviendo.
No ha venido la aurora.
El día ha amanecido de plomo.
La lluvia es algo bello, sí;
pero no cuando comienza en la oscuridad
y se arrastra subrepticia y gélida.
No cuando le recuerda a uno
otro plomo, recibido en otros lugares o tiempos
(o en éstos)
por amigos y enemigos,
compañeros, camaradas,
o por traidores y malvados.
Suele darse en dosis de nueve gramos.
Trae el frío y la negrura,
como la lluvia incansable de hoy.
Siempre arranca lágrimas.
Las derrotas que inflige son amargas.
Pero las victorias también.
Sigue lloviendo. Está oscuro.
Parará. No parará.
Cuando sopla el viento a veces
las gotas golpean mi ventana.
Como la ráfaga de una ametralladora.
Es negro el día, hoy.
domingo, 3 de octubre de 2010
Lo que vine a decir
pero digo muy poco.
Estoy madurando las palabras.
No quiero ser imprudente
o descuidado
y arruinar así
lo que vine a decir.
Saldrá como un grito tenue.