martes, 18 de enero de 2011

Maga verdadera, falsa maga (I)

Luna se llamaba, un nombre extraño, bello, sí, pero extraño, e indicativo al menos de dos cosas: una, que sus padres se habían en cierto modo excedido intentando ser originales, alternativos, modernos o qué se yo, y dos, que si el nombre puede de alguna impenetrable manera afectar a la personalidad, ella era la prueba viviente de ello. O tal vez sólo la prueba de que unos padres de alguna manera irresponsables y pretendidamente originales pueden hacer que una Luna no sea como una María o Lola o Sofía, sino como una Luna: es decir, misteriosa, inaprensible, o simplemente fría y lejana, quién sabe.

El caso es que Luna fue o es, en dicción de mi amigo Joaquín (y mía, que para algo inventamos entre los dos aquella Teoría) una maga o más bien una falsa maga, aunque en el caso concreto de Luna aún no me he decidido, si bien es cierto que tira más para falsa maga, y esto sin saber del todo aún cuál sea la peor clase de mujer, si la maga verdadera o la falsa maga. En esto le doy la razón a Joaquín, que tiene sus dudas, justificadas claro y cautas, además de bien formuladas: la falsa maga es completamente insoportable, pero previsible al fin y al cabo, y pasado un tiempo inspira sólo lástima o irritación. La maga verdadera, en cambio, es mucho más peligrosa: puede generar rechazo al principio, sí, pero luego simplemente te destroza la vida, porque sus tonterías no son tonterías sino que verdaderamente son hechos excepcionales, y uno sólo es un pobre diablo que busca la paz y no una mujer terrible y destructiva, como una diosa furiosa, frágil, que empapa de magia todo lo que toca para luego romperlo en pedazos.

Claro que, y para el que no lo sepa, la Teoría de la Maga Verdadera y la Falsa Maga no se refiere a los magos como casta ni a la Magia en sí, sino que está tomada de una novela de Cortázar, y esto sólo como antecedente, porque la Teoría en sí no tiene nada o casi nada que ver con Rayuela ni con tantas otras cosas, vamos, que es sólo la idea, la imagen, el concepto, y menos mal que Cortázar está muerto, que si estuviera vivo seguramente vendría y me daría de hostias, por pretencioso y por estúpido.

Así las cosas, y sin entrar definitivamente en si Luna era o es una maga verdadera o sólo falsa maga, lo que yo quería contar es la historia de cómo Luna, la mujer a secas, cuando aún no estaba en proceso de clasificación, entró y salió de mi vida como un rayo trémulo, rápida y bastante dolorosamente. Entró rápido y salió más rápido aún, pero al irse se llevó un trozo de mí, un pedazo tierno y sanguinolento, calculo que del tamaño aproximado de una manzana o quizás del de una pelota de tenis.

Tenía Luna los ojos como los de Sasha Grey, grandes, húmedos, lascivos, y esa piel blanca que es promesa de blandura aunque sea luego como el mármol. En su forma de moverse, de hablar, se apreciaba rápido su inteligencia afilada, dúctil, y también su estupidez, porque, y para el que no lo sepa todavía, se puede ser a la vez estúpido e inteligente, como el sabio puede ser ignorante y viceversa. Joaquín, al conocerla, esa misma noche al lado de la piscina me dijo “Ten cuidado con ella”, y lo dijo enarcando una ceja y con sorna, lo cual no deja de ser intrigante, ya que cuando Joaquín enarca una ceja es sólo para hablar en serio o de cosas serias; y es que habría mucho que interpretar en ese gesto, eso seguro.

Los recuerdos que tengo de Luna aquella primera noche son confusos y oscuros, algo que no es de extrañar en esas noches turbias, ésta en concreto en casa de alguien indeterminable, la amiga de un amigo de un amigo pero eso sí, el chalet precioso, enorme, con piscina y exhibiendo una cuidada selección de bebidas. Recién llegado fui a echarme una copa y allí estaba Luna, que aprovechando mi torpe y excesivamente sobrio inicio conversacional me confesó su nombre y su profesión, Luna y camarera, así lo recuerdo de claro, y yo me dije, “Amador, no sé que tienes con las camareras”, pero vaya si lo sé, y es que me cuesta recordar alguna mujer de las que he conocido (en sentido bíblico) que no fuera camarera: Belén, la argentina alta y morena de mirada triste, o aquella rubia chiquita de las trenzas primorosas cuyo nombre nunca supe, y etcétera, vamos, que por un motivo claro y sangrante dependo en cierto modo de ese oficio y en fin, que soy hombre de camareras.

Pues entre una copa y otra y algo de charla inicial allí estaba Luna, con sus brazos tatuados y también su pecho tatuado, que se entreveía debajo de la camiseta suelta aquella, veraniega, mientras yo refrescaba la noche a base de gintonics. No es que tuviera demasiados tatuajes, pero sí algunos y llamaban mucho la atención, aunque a mí a esa hora y por el tercer gintonic lo que me llamaba era Luna en sí, el pack completo, vamos, sobre todo cuando esos labios carnosos comenzaron a decir cosas interesantes e incluso cosas muy interesantes, que si la poesía de tal o cual o Hunter S. Thompson, que si la primera etapa de Gerardo Diego, que si socialismo y en ésta yo ya atragantándome con la ginebra, a medias por el pecho tatuado entrevisto y a medias por el socialismo en sí. Luego ella se internó más en la poesía y comenzó a hablar de sus poemas y en esas llegó Joaquín, que sabe como yo que hablar de poesía es soporífero, sobre todo de la propia, y miró a Luna, me miró a mí, y su mirada decía “falsa maga, falsa maga”. Y Luna entonces se quitó la camiseta y en bikini dijo que se iba a dar un baño, que si íbamos con ella, y se zambulló en la piscina oscura, sin luz y fue entonces cuando Joaquín enarcó la ceja, sonrió cínico y me murmuró: “Ten cuidado con ella”. Por toda respuesta, y ya era en sí una respuesta, sin duda, dejé el vaso en el suelo y con ropa y todo me tiré a la piscina, y nunca mejor dicho.

1 comentario:

  1. Después de leer la descripción de Luna creo que nadie en su sano juicio no se hubiera tirado a la piscina.

    Saludos.

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