lunes, 21 de febrero de 2011

Maga verdadera, falsa maga (y II)

Hay algo de obsceno en el agua nocturna, pero también un algo de miedo cerval, primigenio. El agua nocturna invita casi siempre en verano y tras unas copas a internarse en lo profundo, en el abandono sin ropa, sí, pero es una invitación en cierto modo peligrosa, quién no ha sentido un leve temor al sumergirse en el agua negra y desnuda, como si monstruos sin nombre pulularan por allí, claro que es ésta una sensación pasajera, que sólo deja un leve poso de intranquilidad. No permanece. Si bien es cierto que esto sucede principalmente en el mar, incluso en un lago, pero no en una piscina aunque ésta tenga las luces apagadas. Y sin embargo. Porque lo obsceno y lo cerval sí que estaban allí en el agua con Luna esa noche, porque Luna me ponía literalmente la carne de gallina, toda ella riendo y salpicando, como un pez en la oscuridad, como un pez en la oscuridad, brillando sus dientes y su piel pálida apareciendo y desapareciendo y relumbrando.

No voy a engañar a nadie. Ninguno de estos pensamientos surcaba mi mente en aquellos momentos, claro, entonces sólo un ansia, una indecisión, un sentimiento torpe y borracho que me atenazaba la cabeza, las extremidades, todo, ese momento previo a perder el control cuando una mujer (una mujer) está ahí, y todo está ahí, y el cerebro tan sólo acierta a disparar un reacciona, reacciona, vamos, cabronazo, reacciona de una putísima vez ya, y ni por esas. Supongo que como todo el mundo yo, entonces, y guiado tal vez por el instinto o por la ginebra (esto nadie lo sabe con certeza nunca), me acerqué torpemente entre juegos y chapoteos, abracé a Luna torpemente entre juegos y chapoteos, ella escapó de mí riendo una, dos, tres veces, como un pez en la oscuridad, resbaladiza inaprensible veloz, todo eso, y a la cuarta o quinta o qué se yo ya sí, ya su boca en mi boca, ya mi mano en su pelo, mientras escuchaba su respiración cerca y lejos, muy lejos, sonaba la música machacona de la fiesta del chalet que entonces parecía estar a cien mil millones de años luz de nosotros.

Nunca he vuelto a echar un polvo sobre la hierba húmeda y bajo el cielo estrellado. La oscuridad de un pueblo en las afueras de Madrid, y un cielo milagrosamente limpio, y la ausencia de Luna en el mismo, y la presencia de Luna en la Tierra, lograron una Vía Láctea inusitadamente luminosa, capaz de traspasar su pelo y mis ojos, capaz de hacer brillar sus hombros sobre mí, ella cabalgándome con furia, sin palabras, yo intentando retener cada momento, cada jadeo, anticipando casi con dolor (y con certeza) el momento en que todo aquello acabaría, el Final, porque algo tan bueno y tan potente no puede durar mucho, eso lo sé bien, y es que si cosas así fueran duraderas, la raza humana enloquecería sin duda. Y no hay más.

Y de verdad que no hay más, al menos que se pueda contar con palabras, no hay más, sólo esa noche maravillosa transmutada de repente en la luz del mediodía caluroso del día siguiente, yo solo conmigo mismo abriendo los ojos en un sofá, lo recalco, yo solo, es decir, solamente yo, con una resaca de las buenas, con la espalda llena de barro, con la garganta en un puño y el corazón encogido de repente y pensando qué coño hago aquí.

Y cuando digo que no hay más es que busqué a Luna por el panorama postapocalíptico que ofrecía el puto chalet aquel, primero con alguna esperanza, luego ya sin ninguna y por supuesto sin ningún éxito, luego desayuné una cerveza, luego vomité, luego me pegué un baño en la piscina triste y diurna, y mientras tanto intenté preguntar a algunos de los desconocidos fantasmas que encontré, que si Luna, que si la conoces o sabes quién es o dónde vive o dónde está, o lo que sea, quién, Sí, una chica delgada, así con tatuajes, No, claro, camarera, No, vale, ¿Hunter qué Thompson?, No, claro. Y así sucesivamente y mi móvil por supuesto empapado aún e irrecuperable, y hasta Joaquín se había largado y tampoco nadie le conocía a él. No hay más, sólo volver en un autobús después de una buena media hora de caminata por una carretera polvorienta y al llegar a Madrid intentar dormir un rato.

Y yo creo que Maga Verdadera porque desapareció la muy puta, así, esfumada, nunca más se supo y es más, aún hoy a veces Joaquín me pregunta qué te pasa, Amador, que parece que estás en la Luna, y yo le contesto joder, no lo sabes tú bien. No lo sabes tú bien.

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