-Ven donde pueda verte –dije-. La luna nos mira ya...
Se acercó, con el reflejo plateado de la luz en su pelo negro. Plata y azabache, y piel blanca en la oscuridad. No hacía frío en la playa. No hacía frío, y sin embargo, no dejé de temblar ni un momento. Era un temblor leve, un estremecimiento apenas. No lo causaba el frío, ni el miedo. No sé qué lo causaba. ¿Era la luna? ¿El pelo negro fulgurante? ¿La piel desnuda y pálida? Lo desconozco.
Ven donde pueda verte, dije, y ella vino. Lo que pasó después es algo que no merece la pena escribir, porque
lo sabe todo el mundo, sí
pero en realidad nadie lo sabe
así que sólo diré que el sonido del mar era lento y cadencioso; que las olas no rompían en la orilla, sino que la besaban blandamente; que la arena estaba fría, sedosa y húmeda; y que la luna nos miraba con su cara grande y redonda.
Es todo cuanto puedo decir. Y una cosa más: la neblina salobre ocultaba todas las estrellas, salvo una.
Eso fue todo.
Precioso :)
ResponderEliminarJo,que sensual y sereno es esto que has escrito.Vengo del blog de Toro y te dejo un saludo***
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